Hazen

18 de agosto, 2015

Pobres de aquellos a los que los alcanzó aquella noche la lluvia, el viento y el frío. A nosotros no, no esta vez. Pudo ser que el torrente de agua que corría por las calles nos mojara hasta los huesos y que tu paraguas negro saliera volando por los aires en una leve distracción. No fue así. El caos del verano quedó fuera de ti, de mí.

Dicen que no todos los deseos se hacen realidad. Es verdad. No importa la fuerza del pensamiento o las buenas intenciones: el capricho indescifrable del tiempo concede instantes, lágrimas, regocijo, frustración y de vez en cuando…esos deseos. Nadie me lo dijo y quizás habría sido disparatado creer que ocurriría.

Eres impredecible, es tu naturaleza. Lo vi en tu caminar, en el aire que tu presencia cortaba y en tu mirada profunda pero distante. Tus palabras se amplifican en mis oídos y hacen vibrar mi piel. Y yo te respondo, escéptico y a la vez tentador. Nadie se deja caer, ni pierde el control…aún. El coqueteo es invento de los dos, un juego inevitable.

Es la tentación misma la que desbarata las excusas y los límites. Las risas traviesas eliminan toda posibilidad de silencio. Te veo a ti, relajada, retozando en el sillón con la cabeza recargada, tu pierna derecha cruzada y tus manos inquietas. No pierdes el misterio. Las bebidas que preparé yacen olvidadas en la mesa: no tienen lugar en este momento. La conversación se vuelve más intensa, causa algunos suspiros fugaces.

Comienza, sin motivo, una guerra de pulgares. Tus manos aún están frías. Te gano la primera vez. Luego me haces trampa, la cual yo te devuelvo en el siguiente juego. Juego sutil e inocente, principio de los pensamientos que aún están ocultos, que están por salir. Nace un instante: nuestros dedos quedan entrelazados, nos miramos, el frío se ausenta.

Digo que te tengo que confesar algo al oído. Miento, no sé realmente qué decir. La improvisación viene a salvarme. Tratas de ladear la cabeza, ruborizada, pero terminas de escuchar. Tu respiración apenas se percibe y apenas alcanzo a rozar tu piel. Soplo con suavidad, con mis labios apenas abierto. El cosquilleo te recorre el cuerpo y das un pequeño salto. Me alejas con tus brazos riendo, pero antes veo los efectos de mi travesura: aún tienes la piel de gallina.

Tu reacción no es de desprecio. Es parte del juego. Tratas de hacer que ahora yo sufra con gusto. Empiezo fingiendo no sentir nada para que te desesperes y sigas intentando. No lo logro. Tus movimientos se vuelven caricias y me causan escalofríos. Ambos nos damos cuenta de que algo cambia. No apartas tus manos. Yo acerco la mía para acariciar tu cabello.

El segundo se congela. Nos acercamos, poseídos. Nuestros labios hacen contacto, al fin. Los ojos se cierran. Tiemblas por instantes, pero te dejas llevar. ¿Existen las explosiones suaves? Me acabas de demostrar que sí. El juego de caricias continua, sin pensar. Los sonidos se disipan y lo demás va desapareciendo. Sólo existimos nosotros, creando nuestro propio caos.

No estoy para decirte cursilerías ni para dibujarte corazones en la espalda. Lo sabes por la forma en que te miro. Dices que te pongo nerviosa. Tú me aceleras el pulso. Te tomo del cuello y te vuelvo a acercar a mí, apenas rozo tus labios. Trazo líneas imaginarias sobre tu cuello. No cerramos los ojos esta vez y ambos nos traspasamos con la mirada. La impresión es tanta que no tenemos nada que decir.

Nos detenemos un momento. Tratas de preguntarme algo, pero no te sale la voz. Te miro. Tu silueta se queda reflejada en mi pupila. Mis dedos caminan sobre tus hombros. Tienes una expresión alegre, coqueta, deleitante. Mentiría si te dijera que, entre las tribulaciones que me causaba tu ausencia, lo imaginaba así. Es más, mucho más.

Ha de guiarnos la curiosidad, la improvisación, el instinto. No hay miedo ni tampoco una vergüenza innecesaria. Ya estamos aquí, capturados en nuestro propio delirio. Quisiera decirte algo inteligente. Pero las palabras se agotan frente al deleite del momento. Y tú no correrás para esconderte de lo que sientes: no puedes escapar.

¿Lo habrás imaginado tú antes? No lo sé, probablemente jamás me lo digas. Recuerdo cuando sentí tu mirada por primera vez y luego la escondiste entre el infinito. Cuando me sonreías de lejos y yo a ti. Hasta que una razón absurda nos llevó a hablar por primera vez. Lo demás ya es historia. La pasión nos fluye por las venas. Lo siento por la manera en qué vas conociendo mi torso y la forma en que yo creo figuras infinitas en tu espalda.

Quisiera que no despertaras mañana arrepintiéndote por temor a lo que sientes, a lo que sentirás. Nadie es el objeto del otro para satisfacerse. Lo sabrás cuando yo no me largue por la mañana para repetir el mismo juego otra vez, con alguien más. Ya lo verás. Pero no es tiempo de pensar en eso. Nos quedan muchos segundos por delante.

El secreto y los detalles de lo que pase quedarán como guardados dentro de estas paredes y las cortinas que cubren los vidrios empañados. Habremos de recordarlo nosotros sonriendo en los momentos menos pensados. Algo de tu piel se quedará en mis manos; algo de tu voz se quedará en mis oídos, como una canción inolvidable. Viviremos lo que nos contaremos a nosotros mismos una y otra vez.

Pero ya, basta de pensar. Que se nos acaba el mundo y la noche nos guarda caminos insospechados. Que aún quiero conocer mucho de ti. Podríamos jugar a querernos de esa forma tan rara en que hacemos los humanos. Y al final te diré lo que ya te habré contado con mi cuerpo: que contigo estoy sumido en la neblina del deseo.

Deja un comentario