Estoy bien

10 de agosto, 2021

Estoy bien. He estado en las sombras que se desvanecen, en los tiempos ilusorios. Oculto, encerrado del peligro que no puede verse pero asfixia. He visto perecer poco a poco esos segundos que antes fueron míos, nuestros, de ellos. Eso que ya no existe. Floto en esta tormenta que se volvió transición interminable. Antes sabían de mí, ahora solo suponen.

Suponen y suponen mal. Navegan en la aparente indiferencia, pero piensan y cuchichean cosas de mí. Chismean con prejuicios y medias verdades. Los escucho, aunque sin voz, como pensamientos que invaden las tardes donde parece que no pasa nada. Al final, llevo ya mucho tiempo ausente. A veces parece que yo mismo me he vuelto una sombra. Dicen saber, pero no saben. Se preguntan en el fondo cómo estoy, pero no han ido a buscarme la mirada.

Y si lo hicieran, ¿qué encontrarían? Les asaltaría la sospecha de que algo falta o no coincide. Después de todo, me han malinterpretado. Todos ellos tienen recuerdos de mí, incluso si yo mismo no los tengo en mente. Hay una imagen viviente que estaba ahí, en los tiempos viejos. Quizás yo era otro o tal vez no. No he querido adoptar los nuevos vientos, no siento que nada mío pueda respirar ahí.

Escuché en sueños que alguien me pedía que rompiera mi voluntario silencio y aislamiento. Podría dar signos de vida, mostrar que no estoy en un pozo ocultándome de todo y maldiciendo todo el día. Desperté y pensé que quizás podría intentarlo, pero me detuve. Me reí para mis adentros y seguí en lo mío. Recordé mi poder y los errores del pasado, y de pronto había más cosas que no quería hacer de nuevo.

En ciertas tardes o noches recuerdo la desesperación. Como todo pasó de ser un peligro distante a respirar en nuestros oídos. Y la ansiedad empezó a trepar hacia el cuello sin que me percatara, y la lengua se me paralizó, quizás asustada o en rebeldía. Recuerdo el sudor en el cuerpo y la asimetría de mis latidos en las cansadas noches cálidas. Así pasó el tiempo en esta extraña cárcel no declarada. Y  a nadie le importó mucho. Se fueron antes de que pudiera llamarlos, o antes de que pudieran echarme.

A veces aún siento ese vértigo. La ficción de la gloria. Cuando me sentía grandioso y todo lo alcanzaba.  Y las críticas, internas o externas, se volvían susurros ahogados. Entonces no parecía que estaba en alguna cima, pero sí en un camino dorado, construido por mi propia genialidad y las decisiones que lo crearon todo. No me importaba demasiado que vieran la gloria, si sabía que yo la tenía descansando suavemente en mi mano.

Pero los tiempos son cambiantes y contradictorios, como las cápsulas infernales que derriten el Ártico y la nieve danzando sobre Egipto. Los momentos dorados se oxidaban, para pasar a un nivel más profundo de esa cárcel solitaria. Después la lluvia parecía llevarse toda la podredumbre, pero a ratos inundaba con furia lo poco que alcanzaba a distinguirse.

Cuando asomaba la cabeza, veía que todos decían tener la razón y que el mundo estaba plagado de jueces. Me escurrí para escuchar muchas cosas, porque sabía ocultarme bien. Reí y me lamenté en mi interior muchas veces, pero abrir la boca e intervenir seguramente habría roto el encanto. Aunque en algún momento, después de saber tantas cosas, la vista a ratos se me llenaba de niebla y avanzaba dando tumbos. A veces parecía recordarlo todo, pero en otras casi olvidaba hasta mi nombre.

Y seguía esperando un tiempo que nunca llegaba. Me gustaba verme en el espejo aunque no sabía cuánto me duraría el gusto de la contemplación. Vi algunos espectros flotar sin decir nada, casi ocultando con vergüenza sus rostros. Escuché sonidos profundos venidos de algún lugar. Vi que los árboles solo eran las flores de las raíces y que el otro lado del mundo ya no estaba tan lejos.

Y debo reconocer que empezó a gustarme ser un misterio, estar desaparecido. Era un consuelo contra la ansiedad recurrente de muchos de que los voltearan a ver todo el tiempo, de insistir en ganar por ganar y relucir una aparente superioridad moral que en realidad estaba podrida. Los entiendo, por mis propias contradicciones y delirios. Pero su vanidad me causaba desesperación y en algún punto, sentí que estaba ya en un plano distinto. Aunque mi soberbia, la soberbia crea espejismos también.

No puedo confiar mucho ya, ni enterrar mi falsedad en un suelo movedizo. Soy fácil de encontrar, quizás, pero a la vez no es tan sencillo que sepan que me han encontrado. O que vean la dimensión de las cicatrices. O que vean esta esfera que a veces parece cráter donde estoy sentado. Flotando entre las sombras, hablando entre los murmullos. Si me vieran de nuevo a los ojos podríamos dialogar, saber, darle un sentido encantador a esta tormenta permanente. Pero mientras tanto, estoy bien. Hasta que no me hallen, no me interesa contestar un carajo más.

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