Un Destino Perdido (Parte III)

26 de julio, 2013

Ocenetl los llevó por un sendero fuera del pueblo y lentamente el aire comenzó a cambiar, conservaba esa sensación de misterio pero ahora los tres viajeros sentían con fuerza en sus mentes la idea de que ya no habría marcha atrás.

-Preparen sus ojos-ordenó Ocenetl- comenzarán a ver lo que realmente hay aquí, y quizás, si son incrédulos, sentirán ganas de dejar salir un grito que sólo les hará comprender que lo que ven no es parte de su imaginación.

Los tres asintieron con la cabeza y se acercaron a un camino que cortaba una colina. Ocenetl les hablaba de lo importante que era para su pueblo cambiar lo posible acerca de ellos mismos, pero dejar que la naturaleza siguiera su instinto de cambiar por sí misma. En eso Alejandro volteó hacia la colina y casi perdió la respiración, mirándolo fijamente había otro jaguar, más grande de los que había visto alguna vez en el zoológico. El jaguar clavó su mirada en los ojos de Alejandro mientras caminaba, no con miedo ni con agresividad, simplemente como aquel que encuentra algo desconocido.

Alejandro sólo alcanzó a decir: “Miren”. El jaguar de un salto, les impidió el seguir caminando. Todos perdieron la calma menos Ocenetl. Ocenetl se limitó a agacharse para estar a la misma altura que él, le dijo algunas palabras y el jaguar se fue, parecía un domador sin látigo.

-¿Qué fue eso?-preguntó asustada Lizbeth.
-Los animales de este lugar no son como los del resto del planeta, o al menos los que ustedes conocen. Ellos son inteligentes, cuidan su territorio. Incluso ellos saben que ustedes no son de aquí. Los jaguares ocultan conocimientos dentro de sí, no de la misma forma que los humanos, pero nuestro pueblo aprendió cómo descifrar esa particular manera y ahora hay un entendimiento mutuo, porque no ocultamos falsedad en nuestros pensamientos.

Siguieron caminando y cuando dejaron atrás la colina, se internaron en un pequeño bosque. Caminaban con cuidado pisando pequeñas ramas caídas y sintiendo que la humedad del ambiente se apoderaba de sus cuerpos. Los árboles eran muy frondosos y espesos. Se escuchaba en lo alto el canto de algunas aves, cantos que ni el músico más prolífico podría imitar. El camino se hizo más estrecho en cierto punto, había que pasar cerca de los árboles. Cuando Julián rozó con su camisa la corteza de uno, recibió como respuesta tres golpes que lo habían hecho pegarse contra el tronco, pero sin sentir ningún dolor.

Los demás y él mismo voltearon y había tres flechas sobre su ropa, con tal puntería de que habían atravesado su ropa y no su cuerpo. Alejandro y Lizbeth estaban incrédulos. Ocenetl miró con tranquilidad, intentó calmarlos y les dijo que no se movieran.  De entre los árboles, con el mismo sonido que el viento mueve las hojas, salieron cinco seres. No eran humanos, eran demasiado ágiles y demasiado extraños. Vestían con túnicas negras y marrones, sus pies no eran perceptibles, portaban arcos de tamaño mediano con un carcaj lleno de flechas. Portaban una máscara que cubría sus rostros y se mimetizaba con la naturaleza.

Ocenetl sacó una insignia, tallada en jade que contenía una escritura antigua  y un animal que no pudieron reconocer. Los seres miraron la insignia y a los viajeros. Así de rápido como llegaron, se fueron, pero no dejaron de sentirse observados.

Cuando le quitaron las flechas a Julián, Alejandro y Lizbeth notaron que las flechas estaban talladas en una madera muy fina, la punta no era de acero, era de un material negro y resistente. Cuando Alejandro miró fijamente la flecha, notó que ocultas entre las líneas propias de la madera había figuras, dignas del mejor tallador de madera del mundo.

-Ellos son los guardianes del bosque. No son humanos, son espíritus. Se dejan ver físicamente porque la pura sensación de miedo no siempre detiene a las almas imprudentes. Ellos creyeron que ustedes lo eran. Su puntería es legendaria. Tenemos amistad con ellos, mientras no destruyamos lo que aman-dijo Ocenetl mientras caminaba a paso moderado.

-¿El bosque?-preguntó Lizbeth.
-No sólo el bosque en sí, su propia libertad y lo que hay en él-respondió Ocenetl.
-Señor Oce…One- balbuceó Julián
-Ocenetl-respondió secamente.
-Ocenetl, ¿qué mundo es éste? Usted dice que esto no es parte de mi imaginación, pero parece obra de una sobredosis de drogas.

Ocenetl rió estruendosamente y respondió:

-No necesitamos de drogas, Julián, supimos preservar la magia dentro de nuestra propia cotidianeidad. Esa es la diferencia con el exterior.
No dijeron nada, la respuesta los dejó fríos. De pronto notaron el final del bosque, a lo lejos sólo se veía el cielo. Caminaron y notaron que se acercaban a un precipicio.

-Sigan caminando detrás de mí, no se detengan-ordenó Ocenetl.

Pero al llegar al precipicio Ocenetl desapareció entre la bruma de una nube. Los demás no supieron que hacer. Sentían el vértigo del precipicio, mas no se atrevían a mirar por debajo. Notaron que enfrente de ellos había otro cerro verde con un camino débilmente trazado.

-¡Les dije que siguieran!-gritó Ocenetl. Estaba por debajo de ellos.

Caminaron entonces y pisaron la superficie de un puente. Era el puente más raro que habían visto jamás. Era de piedra con un gran decorado en los extremos. Las nubes ya se habían apartado. Se dieron cuenta de que ahora la pequeña extensión de bosque parecía una isla. Estaba sostenida por una superficie de roca estrecha. A lo lejos vieron el pueblo. Voltearon y se dieron cuenta que el puente atravesaba el curso de un caudaloso río.

El sonido del río era estruendoso. Sus aguas eran rápidas, y las rocas que se atravesaban en su camino eran bañadas en su totalidad por las violentas corrientes. Sin embargo las aguas eran de un color azul turquesa, tan profundo que los viajeros bien podrían perderse mirando esas aguas.

-Tengan cuidado-sugirió Ocenetl- Nadie en su sano juicio se atrevería a cruzar ese río ni a saltar sobre él. Si las corrientes no los ahogan, es probable que los seres que habitan ahí o la propia belleza del río terminen arrastrándolos a sus profundidades. Y quién sabe dónde acabarían.

-¿Seres? ¿Más allá de peces?-preguntó Alejandro.

-No seas ingenuo muchacho, así como hay espíritus en el bosque, hay espíritus en el río y algunos otros monstruos que causan terror hasta en los cocodrilos. Ya tendrás oportunidad de conocerlos después.

Terminaron de cruzar el puente y pudieron ver una gran montaña. Tenía zonas pobladas de verde y muros sólidos de roca intercalados lo cual le daba un aspecto sobrenatural. En lo alto se veía una construcción magnífica. Había torres con grecas y cuatro pirámides rodeando una construcción de dos pisos. Lucía como un castillo, pero un castillo que recordaba a una zona arqueológica maya. Sólo que esta construcción era más impresionante de lo que habían visto antes en cualquier lugar.

Pese a que la construcción aún se hallaba lejos, Alejandro podía mirarle con un detalle extraordinario. Había esculturas guerreros, animales, dragones y de seres sobrehumanos. Pero la escultura del centro era un jaguar, pero más majestuoso aún que el que había visto unas horas atrás. Lo vio y sintió un rugido poderoso. Se asustó y dejó de ver hacia la construcción.

-Mirabas con mucha atención hacia allá ¿verdad?-le dijo Ocenetl a Alejandro poniendo una mano sobre su hombro- es un lugar sagrado para nosotros, es un templo. No somos sanguinarios ni hacemos rituales especiales. Simplemente es un lugar para mostrar al mundo nuestra admiración por lo que hay en él y cuando vamos ahí, nos encontramos profundamente con nosotros mismos. También tiene una interesante vista de las estrellas. No es el único lugar así, pero al menos es el más importante de esta zona. Hay otras maneras de llegar, pero ya las verán después. Sigamos.

Dejaron el cerro verde desde el cual se veía el templo y esta vez Ocenetl les ordenó ascender por un paso estrecho, cruzando de un cerro a otro. El ascenso era en espiral. Mientras subían sin parar, escucharon que la tierra se estremecía. Una manada de ciervos de gran tamaño, atravesaron el camino y consiguieron derribar en un par de ocasiones a Lizbeth. Alejandro notó miedo en sus ojos y sus movimientos.

-Algo los asustó-comentó Ocenetl-es probable que la oscuridad se haya acercado inusitadamente a nosotros.
-¿La oscuridad? ¿Está por anochecer?-preguntó Julián.
-No Julián, es un decir. Hablo de que algo siniestro asustó a esa manada de ciervos. Más allá de lo que vi en ellos, presiento que está cerca algo- respondió Ocenetl.

Ocenetl trató de tranquilizarlos y los llevó a la cima del cerro. Notaron que no sentían cansancio alguno, se sentían frescos y libres, como nunca.

-Muy bien, los traje aquí para que vean con claridad dónde se encuentran. Esta es nuestra tierra, La Entrada. Hay cerros, colinas, bosques y pequeños valles. Allá está el pueblo del que venimos-señaló Ocenetl hacia la izquierda. Este cerro tiene propiedades de visión extraordinarias. Quiero que cierren los ojos y vuelvan a mirar.

Lo hicieron y al abrirlos casi perdieron el equilibrio.

-Ahí están los otros pueblos, están más lejos de lo que creen. Esta es nuestra forma de vida. La naturaleza nos hizo a nosotros y somos parte de ella. Preferimos vivir en los espacios que ella nos da y aprender a disfrutar los que ella guarda para sí.

Las montañas lucían surrealistas, los cerros parecían desprendidos con la facilidad que se separa un pedazo de plastilina. El cielo era en partes azul y en partes violeta. Las nubes tenían una forma caprichosa. Veían los numerosos ríos y lagos. Parecía un mapa tridimensional más allá de cualquier tecnología. Notaron que los bosques los rodeaban y parecían no tener fin. A lo lejos se veían algunos valles, de un verde sin igual. Y en el horizonte una superficie azul turquesa, oculta por algunos peñascos de roca sólida.

-Nos dirigimos hacia esos peñascos-dijo Ocenetl como si hubiera adivinado la dirección de su pensamiento- No tardaremos mucho en llegar. Ahora será mejor comenzar a descender. Será mejor que la oscuridad no nos alcance aquí arriba.

Descendieron rápidamente y bajaron a una planicie donde había árboles de pequeña estatura, era otro tipo de bosque pero no era frondoso. Lo que lucía era el brillo del pasto, y alrededor de los árboles había una luz amarilla.

-Quiero que tengan cuidado en este lugar, debemos cruzarlo. Confíen en lo que les dije y en sí mismos. No podemos detenernos ni dar marcha atrás. Vamos-indicó Ocenetl.

Y comenzaron a caminar entre esa planicie. De pronto Julián pisó algo y notó que era un hueso largo, blanco, un hueso humano sin lugar a duda. Siguió caminando y no comentó nada. Alejandro y Lizbeth se sintieron observados nuevamente, pero nadie parecía rodearlos.

La luz amarilla se hizo más tenue y notaron que el cielo perdía su color azul característico y que tomaba un color rojo, demasiado intenso para un atardecer. Al fundirse con el amarillo daban un tono misterioso y en especial un sentimiento dentro de los sentimientos de los tres viajeros: miedo.

Volvieron a perder de vista a Ocenetl, sólo que esta vez no hubo ninguna nube. Se miraron confundidos pero el miedo no los dejaba hablar. Continuaron caminando por instinto hacia un lugar donde había árboles secos. En todo su recorrido no habían visto algo sin vida.

Notaron que un árbol parecía haberse vuelto una silla. Y sobre la silla había figuras siniestras talladas de criaturas que helaban la piel con solo mirarlas, aún si era en madera. Notaron que había un hombre de espaldas, con cierta vestimenta que rodeaba su cuello y su cintura, también tenía un faldón de tela raída. En su espalda tenía un trazo extraño, que a Alejandro le hizo pensar una sola cosa: asesinar.

El hombre se dio la vuelta y notaron que era Ocenetl, sólo que su vestimenta en realidad se asemejaba a la de un brujo. Los colores que teñían su piel eran blancos y negros, y de su cuerpo emanaba un halo rojo. Los miró con furia. En un instante los rodearon más hombres que parecían subordinados de Ocenetl. Gritaron juntos. Fue un grito desgarrador, lleno de odio, que los hizo temblar. Miraron con horror que los hombres portaban lanzas, hachas y armas propias de un carnicero.

Se lanzaron sobre ellos y los capturaron con mucha facilidad. Los viajeros estaban desarmados. Miraron a Ocenetl con terror y decepción. Su guía había resultado ser un brujo que los atrajo hábilmente hasta una trampa mortal.

Mientras los llevaban capturados, los viajeros pudieron ver grandes fogatas y grandes ollas de metal de las cuales emanaba un olor espantoso. El lugar estaba lleno de huesos por todas partes y al ver comer a un grupo de esos individuos, notaron lo que eran: caníbales.

Pero más allá del miedo que inspiraban por el simple hecho de serlo, había un miedo en el aire más duro y debilitador de lo que pudieran imaginar. Era una sensación de que lo único que los rodeaba eran sensaciones de miedo y del mal en una de sus formas más puras.

Ocenetl los miró y se burló. Los tres viajeros sentían como su esperanza había desaparecido y que sus vidas no tardarían en esfumarse de ese lugar. Perdieron toda confianza y se miraron con pánico. Un pánico que los devoraba y que los hacía sentir más perdidos que nunca.

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