Un Destino Perdido (Parte II)

21 de julio, 2013

Siguieron por un sendero, que parecía no llevar a ninguna parte. No había letreros que señalaran algo, ni casas. Solo estaba la naturaleza en su esplendor. Mientras caminaban sabían que no estaban solos, que había animales o seres observándolos, pero estos escapaban de su vista. Se limitaban a caminar y a dejar estas sensaciones dentro de sí mismos. Los ojos de los tres brillaban, no era una mirada de miedo a lo desconocido, sino más bien de una fascinación que superaba a lo que hubiesen pensado.

Luego de caminar unos 20 minutos, encontraron el final del sendero. Terminaba en el cruce con un sendero de tierra y al fondo se veía un buen número de árboles frutales. Los árboles impedían ver el horizonte con claridad, pero al mirar hacia el cielo notaron que, a ambos lados de donde estaban, había un par de cerros cubiertos de vegetación y con la cima de un color negro profundo y brillante. No había mucha diferencia entre ambos. Fue entonces que el encanto somnífero quedó atrás y sus mentes comenzaron a trabajar.

-Ya hemos caminado mucho, ¿dónde estamos?-preguntó Julián, el padre de Alejandro.

-Es muy extraño, en todo el camino no vi cerros, todo era plano, como un valle y no pudimos haber caminado tanto-respondió Alejandro con incertidumbre.

-En todo lo que vi en internet, no había descripciones de un lugar así, se supone que estamos cerca del mar, de los lagos y los pantanos y parecemos sumidos en otro tipo de lugar-opinó Lizbeth.

-Debemos descubrir bien a bien qué ocurre, esto va más allá de mi lógica-dijo Julián con aire sombrío-sigamos caminando por la derecha, sospecho que encontraremos algo.

No hablaron más y siguieron caminando por la derecha, en un camino amplio, rodeado de algunos montículos pequeños y de una gran cantidad de árboles. A veces en el suelo encontraban plumas. El camino era lo suficientemente amplio para que pasara un automóvil. El cielo era azul, con algunas nubes, pero el cielo lucía claro, más aún a sus ojos acostumbrados a mirar el pardo cielo de la Ciudad de México.  El camino había seguido en línea recta con algunas curvas. Pero encontraron una curva pronunciada, que los hizo notar que ahora estaban sobre un peñasco de gran tamaño. Por primera vez vieron más allá de los árboles, había otra superficie a un nivel más bajo, como si el lugar donde se encontraran fuera una gran terraza.

Al acabar la curva pronunciada, había unos improvisados escalones de piedra y vieron al fondo un pueblo. El pueblo lucía sencillo, se distinguía que estaba divido en 4 por amplias avenidas. El pueblo era invadido en sus extremos por una ligera neblina. Al ver esto, caminaron decididos hacia el  pueblo con la esperanza de que fuera su destino: Sánchez Magallanes.

No había nadie en los extremos del pueblo. Las casas lucían antiguas, algunas revelaban estar hechas de adobe, un viejo pero resistente material. Caminaron por una calle para llegar al centro del pueblo. Había algunos negocios abiertos. Predominaban los colores blanco y rojo. Contrario a lo que era habitual en las localidades de México, no había letreros de ‘Coca-Cola’ ni de cerveza ‘Corona’, los negocios simplemente mostraban su nombre y alguna ilustración alusiva, pero no había publicidad. Había pocos perros, echados en las sombras que ofrecían algunos tejados de color rojo oscuro y marrón. En la calle no había pavimento como tal, había una especie de adoquín. Los tres coincidían en algo, era un lugar con aire extraño.

Llegaron finalmente al centro del pueblo y era ahí dónde estaba el bullicio. Había una especie de feria, no había altavoces, sólo el bullicio de la gente hablando y riendo al mismo tiempo. La vestimenta de la gente no era fuera de lo común, vestían con camisa y pantalón, ya fuese negro o café. Algunos llevaban huaraches y otros zapatos. Algunos portaban sombreros. Los edificios que rodeaban la parte principal eran blancos, con los marcos en colores oscuros y  resaltaban con el paisaje. Otros edificios más allá mantenían su color café y otros tenían mezclas de rojo y amarillo.

No había un letrero que dijera el nombre del lugar, no había estatuas y más extraño aún no había ninguna iglesia, algo característico de un pueblo. Finalmente detuvieron a un hombre de camisa blanca que portaba un letrero que decía ‘Seguridad’ con un signo al lado.

-Disculpe señor, ¿en qué lugar estamos? Nos hemos perdido en una caminata-preguntó Julián.

-Es extraño saber de aquellos que se pierden en caminatas, hacía mucho no llegaban personas como ustedes aquí-respondió el hombre con un acento sumamente extraño- pero bien, si quieren saberlo, están en Cuauhtlaquian, pero nuestra gente también le llama La Entrada, hay otras comunidades cerca de aquí pero esta es la principal, ahí pueden ver el nombre.

Y de la nada, como si hubiese estado oculto a sus miradas, apareció un letrero con el nombre del lugar y una bandera blanca con bordes rojos y negros que tenía un escudo altamente elaborado y simbólico.

-¿Tiene algo que ver con Cuautla, Morelos?-preguntó Lizbeth.

-No, ese es un lugar muy lejano, disfruten su estancia-.

Y el hombre se fue a paso moderado. Lo más seguro es que siguieran en Tabasco, aunque en ninguna parte del mapa recordaban haber visto ese nombre. Había nombres extraños de comunidades indígenas pero ninguno como este. Se internaron dentro del bullicio, en un mercado al aire libre. Había lonas de tela blancas, sostenidas con tubos de metal y madera. Vendían comida, un poco de ropa, algunas artesanías, algunos extraños instrumentos que parecían anticuados, entre otras cosas. Los letreros eran entendibles, los precios parecían sumamente bajos y debajo de cada letrero había símbolos. Pero lo que más llamó la atención de Alejandro fue una sección del mercado en la que vendían instrumentos más modernos. Los jóvenes veían a detalle vigilados por personas que parecían ser sus padres. Todos los puestos tenían un letrero que decía ‘Del exterior’, había banderas de México y de algunos otros países.

Notaron que tampoco había automóviles y que la bandera que habían visto cerca del letrero del nombre del pueblo, estaba en lo alto de varias casas y edificios. Sonaba un poco de música a lo lejos, una mezcla de cuerdas y percusiones que no se asemejaba a la música común.

-Será mejor volver-opinó Julián.

-Posiblemente ni conozcamos el camino de regreso, este lugar parece cambiar a cada instante-dijo Lizbeth.

-Será mejor que alguien nos explique bien a bien dónde estamos y cómo podemos volver, no parecemos precisamente de este lugar y algo podría ocurrir-argumentó Alejandro.

Miraron desorientados a su alrededor, parecían estar en un valle, los árboles frutales y los cultivos estaban en terrazas alrededor de la parte del pueblo que conectaba con los cerros y del otro lado era difícil ver a causa de la neblina. No hallaban respuestas ni sentido. No se veía ninguna carretera.

-¿Necesitan ayuda?- preguntó un joven, había llegado sigilosamente, era un hombre de unos 22 años de edad, alto y de complexión media, de cabello negro oscuro y ojos profundamente castaños.

-Justo lo que necesitábamos, buenas tardes señor, no sé cómo explicarle, no sé dónde estamos ni cómo salir de aquí, nosotros íbamos a un lugar llamado Sánchez Magallanes, tomamos una desviación y terminamos llegando aquí, no sé muy bien cómo, ¿podría explicarnos?

-Ya veo, ustedes no parecen de aquí y causaron la impresión de varios lugareños, sabía que lo más seguro era que estuviesen perdidos-dijo el joven riendo discretamente- Me imagino que para ustedes Cuauhtlaquian es un lugar diferente a dónde vienen.

-Muy diferente, nosotros venimos de la Ciudad de México, del D.F.-dijo Lizbeth

-¿Ciudad de México?-preguntó el joven divagando en su mente- hace mucho que no veo ese lugar, una gran ciudad ¿no es así? Pero en fin, lo cierto es que por aquí jamás van a llegar a Sánchez Magallanes, la distancia que nos separa es un tanto difícil de entender. Me parece que no pueden volver, aún no me queda perfectamente claro cómo llegaron, pero si ni ustedes mismos lo saben, se quedará en un misterio. Deben estar aquí por alguna razón.

-¡¿Cómo que no podemos volver?!-dijo Julián bastante alterado-No pretendíamos llegar aquí, fue un error.

-A veces no se trata de un error, sino del inicio de un destino que escapa de nuestras explicaciones lineales, si llegaron aquí Julián, Lizbeth y Alejandro, tendrán que conocer realmente cuál fue el destino de su inesperado viaje-.

Cuando mencionó sus nombres, los viajeros perdieron el color en la cara, se quedaron pasmados y sólo en Julián se notó un inicio de ira.

-Si llegó a pasar por sus mentes, no traten de escapar, se perderán en los bosques. Es difícil que lo entiendan en este momento, pero esa neblina desaparecerá y sus ojos verán con claridad. Y tendrán más preguntas que nunca. Espero que estén listos para lo que verán, de otra forma esa misma neblina puede terminar asfixiándolos, ahora síganme, por favor. Mi nombre es Ocenetl.

Y lo siguieron, nuevamente hipnotizados, esta vez por la voz decidida del ser humano más extraño al que jamás hubiesen visto.

CONTINUARÁ….

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