Loreley

20 de octubre, 2015

Estoy en medio de la bruma, en pleno amanecer, en un bote viejo y descuidado, remando en las aguas de un lago dormido que en días despejados no tiene horizonte. El frío se concentra debajo de mi piel y sella mis labios; no me siento capaz de emitir palabra alguna. Sé a dónde me dirijo, lo he visto. Creo saber.

Parece que navego entre sueños mientras la neblina cubre mis dedos y frustra mi visión. Apenas escucho el constante golpeteo de los remos con el agua. Cualquier otro se habría detenido, a esperar que amanezca bien y vuelva la claridad. Esta vez prefiero dejar la conveniente racionalidad a un lado y dejarme guiar por la intuición que ignoré tantas veces.

Mientras parece que no avanzo a ningún sitio, mi mente se concentra en imaginar situaciones fantásticas e inverosímiles que me podría traer esta niebla. Pienso en el mar y en su final, en esas presuntas cataratas gigantescas del fin de la Tierra. Pienso también en quedar atorado en una de las redes de los pescadores que se veían a la distancia cuando empecé a remar.

Uno es capaz de condenarse a sus propias redes, a su propia prisión, por voluntad propia. Me pregunto si no estoy haciendo algo similar en este pequeño viaje evasivo, en lugar de alterar la lógica de mis actos predecibles. No importa demasiado la respuesta, cuando vuelva tendré una historia que contar y una nueva inspiración para las pesadillas cotidianas.

Me han dicho que la realidad no me es suficiente y que por ello me sumerjo en la ficción; luego caigo en el desencanto y el ciclo comienza otra vez. Cuando vuelva de este lugar tendré una historia que contar, con palabras subversivas capaces de incitar a la locura. Me divertiré con sus expresiones, con el movimiento de sus ojos sobre las letras.

Tomo unos minutos de descanso. Pienso en Loreley. La considero una amante, una compañera de existencia; la palabra “novia” me pareció poca cosa para describir nuestra relación. Reconozco que al venir aquí quise escapar de mis pensamientos y de ella también, sólo para sentirme menos vulnerable, menos humano. Quería mimetizarme con el amanecer.

Sé que la veré en un rato más. Iré por ella en la tarde, cuando salga de su curso en la universidad y encontraremos algo que hacer. Es sábado: día de risas, café, cine, caminatas sin rumbo fijo, de gestos felices entre el cansancio, hechos espontáneos y, al final, de llegar a casa con una sensación eufórica de hormonas queriendo escapar de la piel. Sonrío de pensarlo.

Pero esta neblina no se acaba. Saco mi cámara fotográfica y trato de retratar lo poco que alcanzo a ver. Al ver la imagen, me doy cuenta de que se forma una espiral blanca y que ni siquiera está delineado el contorno del bote. Siento una intriga extraña y creciente. Finalmente, dejo los remos bien colocados y adopto una posición relajada para recostar mi cabeza sobre mis brazos. Ya saldré.

*   *   *

Loreley me mira, con una delicada sonrisa, con sus ojos almendrados brillando, vivaces. Le devuelvo la mirada y tomo su mano, la exploro lentamente en cada línea y cada fragmento de piel. Ambos reímos y no decimos nada por un instante. Vemos las cadenas interminables de árboles que nos rodean y los caminos de tezontle rojo. Llevamos una hora de habernos colado al antiguo jardín botánico.

-¿Qué tanto piensas?-le pregunto, curioso.

-En ti. Hay algo raro en todo esto.

-Y… ¿qué es eso raro?

Siento un pequeño vacío en el estómago antes de su respuesta.

-Al principio no sabía por qué acepté salir contigo, si ni siquiera eras mi tipo. Pero, después de estos días de hablar tanto y estos minutos de estar aquí, siento que no te quiero dejar ir. Es como si me hubieses contagiado una melodía y ahora no pudiera dejar de escucharla. Son tus palabras y tus silencios. Es extraño.

Loreley baja la mirada y suspira. Descansa de su confesión, del temor de abrir sus labios para decir esas palabras. Vuelvo a tomar su mano y luego juego con su cabello. Dejo pasar unos instantes y busco su mirada.

-Hubo días en que creí que nunca me dirías algo así. En otros fantaseaba, por puro gusto. En otros escribía pensando en ti y trataba, inútilmente, de describirte. Hice tantas cosas sutiles, a veces para hacerte reír o para dejarte pensando. Las clases se esfumaban y mis amigos se burlaban de mis distracciones torpes. Tantas cosas que podría decirte y al final, sé que podría revelarte un secreto distinto cada vez.

-Pero, ¿qué es lo que quieres con todo esto?-dijo ella nerviosa, sonrojada.

-Me gustas, Loreley. Quiero todo y quiero nada a la vez. Contigo se me desvanecen los planes. Sé que no sabemos qué hacer, pero podríamos averiguarlo en el curso de estos días, ya sean escasos o infinitos.

-Y tú me gustas a mí. Pero entonces, ¿qué seremos?, ¿qué pasará?

-Muchas cosas no recibieron un nombre hasta no experimentarse. Imagina, es como si tuviéramos un laboratorio para crear lo que quisiéramos, por un tiempo indefinido. La historia vendrá primero, el título después- me detuve unos instantes en mi frenesí de ideas y continué-. Tenemos una infinidad de caminos, ahora mismo sobre nosotros. Podríamos crear algo distinto, no condicionarlos a las reglas de los demás.

 Ella asintió tímidamente con la cabeza y empezó a reír con suavidad. Se preguntaba cómo sería capaz de contar esto. Le dije que dejara fluir las palabras con libertad, aunque aparentaran desorden; sólo así serían sinceras, conmovedoras. Le prometí que lo escribiría en un boceto y ambos podríamos corregirlo y replantearlo cuantas veces quisiéramos. Esa sería, literalmente, nuestra declaración de amor.

Teníamos el tiempo corriendo en nuestras manos, en una sociedad que trataba de reducirlo hasta asfixiarlo. Teníamos la espontaneidad en una ciudad condenada a la repetición monótona y a las fórmulas uniformes de éxito. Teníamos una historia, en un mundo traumático que quiere condenar todo al olvido. Miento al hablar en pasado, aún lo tenemos.

Desvanecí sus temores, fácilmente, con un soplido. Ella deshizo mis silencios recurrentes. Nuestro amor no se resumía en una compasión complaciente, como tantos otros. Se construía con una ternura sutil, con una pasión que se regeneraba y con un deseo vital que nos tenía invadidos. En lugar de encerrarnos en un palacio imaginario que nos mantuviera seguros, quisimos, par de curiosos, salir a conocer el mundo, para conocernos más en el camino.

Hemos estado juntos en muchos días luminosos, tardes soleadas y lluviosas, así como días grises e indiferentes. Nos conocimos también en la oscuridad absoluta, sólo para confirmar la memoria de nuestras manos y nuestros labios. Su esencia se quedó impregnada en mi piel y la mía en la de ella, como complemento vital y no como dependencia.

Me gusta decir cómo es ella. Me gusta describir su dulzura, la creatividad que a veces esconde y la manera en que me hace reír. Hasta en sus momentos de frustración luce encantadora. Tiene el cabello largo y ondulado, piel blanca, ojos rápidos, labios carmín, manos inquietas y un estilo coqueto en su atuendo cada día.

Loreley me ve con el cabello desordenado, los lentes eternos, el cuerpo delgado y esa expresión curiosamente alegre que tengo cuando estoy a su lado. A veces me llena de preguntas, deja fluir su curiosidad o cuestiona mis pensamientos. Ha averiguado muchas cosas y su intuición le lleva a otras tantas.

Después de tantas cosas, me pregunto mientras escribo esto: ¿cómo no habría de quererla así? Mis deseos humanos me piden que haga estas palabras atemporales, que no las condene un día a perecer en una hoguera apagada entre lágrimas. Pero no deseo pensar en eso. Nos quedan deseos, sueños, vida…

*    *    *

Las nubes parecen abrirse al fin, pero dejan caer un polvo extraño y gris. Quema y arde en mi piel. El agua pierde su tono cristalino y se vuelve opaca. A lo lejos se escucha un estruendo que alcanza a levantar olas diminutas en el lago que golpean el bote. Me apresuro a volver al astillero, tratando de no desviarme entre lo poco que puedo ver.

Tan pronto como puedo, me dirijo hacia mi auto y conduzco hacia un mirador cercano. La niebla se vuelve cada vez más intensa y gris, casi choco en tres ocasiones. Finalmente veo un resplandor rojo que sale de un gran montículo negro junto con otro estruendo poderoso que casi me deja sordo. Estoy aturdido, me cuesta entender lo que pasa.

Hablo con otras personas confundidas. Distingo el fuego de ese intenso volcán joven que custodia la ciudad desde hace varios siglos. Ahora estalla desde sus entrañas. Estamos sumidos en un infierno de cenizas, lava y rocas ardientes que amenazan con destruir todo lo que conocemos. Pienso en mi familia, sé que están a salvo lejos de aquí.

Pero no puedo escapar ahora mismo. Falta Loreley. No puedo dejarla ahí, tengo que sacarla de aquí. En esta ciudad reinará el caos y no me perdonaría que ella quedara atrapada. No puedo. Sé que ella es inteligente y capaz, pero el terror vuelve loco a cualquiera.

Enciendo mi auto y me dirijo a toda velocidad hacia la ciudad, en sentido contrario a todos los que huyen frenéticamente. No sé si habré de volver por ese camino o si hoy mi existencia habrá de consumirse. La adrenalina fluye por mis venas y el pánico desea apoderarse de mí. Lo que me mantiene cuerdo, con las manos en el volante es ella. Sólo ella.

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